8 de agosto de 2007

Amado hijo


Hoy, sin querer, por culpa de esos emotivos destinos que la casualidad, muy de vez en cuando, nos regala, me he topado con la letra de una canción, tan desconocida como hermosa, profunda desde su interior, veraz como la propia vejez. Oíganla y piensen... y aquellos que puedan... eviten las lágrimas.

Con tu permiso MARIANO:

Amado/a Hijo/a:

El día que me veas viejo/a o que ya no sea el mismo/a: por favor, ten paciencia y compréndeme. Cuando sin querer derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme mis zapatos, tenme paciencia; recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.

Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento, hasta que cerrabas los ojitos.

Cuando estemos reunidos y sin querer, no contenga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.

No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello; r
ecuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacer más agradable y divertido tu aseo.

Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.

Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas: comer, vestirte y cómo enfrentar la vida tan bien como lo haces; son producto de mi amor, esfuerzo y perseverancia.

Cuando en algún momento, mientras conversamos, me olvide de qué estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que pretendía, era estar contigo y compartir ese momento.

Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Se cuánto puedo y cuándo no debo. También comprende que con el tiempo, ya no tengo tantos dientes para morder, ni gusto para saborear.

Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar. . . dame tu mano tierna para apoyarme, como lo hice yo contigo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.

Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no tengo demasiadas fuerzas para vivir, no te enfades; algún día entenderás que esto no tiene nada que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender la diferencia entre vivir y estar "sobreviviendo".

Quise y quiero lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que, con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta, en otro tiempo, pero siempre contigo.

No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Desde tu corazón compréndeme y apóyame como yo lo hice cuando tú empezaste a vivir.

De la misma manera como yo te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a transitar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que siempre tendré por ti.

Atentamente: tu viejo/a del alma

Mariano Osorio

Para tí mamá, porque aunque nunca te lo diga, te quiero desde lo más profundo de mi vida.

Manolo Navarro
fotógrafo
Hoy vuelvo a estar nostálgico de mi niñez y con muchas ganas de llorar

No hay comentarios:

Publicar un comentario